Mujer a la que le exigen el divorcio

Buenos días Pastor Víctor, quisiera saber bíblicamente en que posición queda una mujer a la que su marido le exige firmar un divorcio...

Como usted bien lo dice, más que mi propia opinión, compartiré el concepto bíblico, específicamente lo que Jesús enseña sobre el matrimonio y el tema del divorcio, al dar respuesta a su consulta.

Bíblicamente hay dos causas físicas por las que se puede romper la unión matrimonial. La primera de ellas es la muerte y la segunda, la infidelidad sexual y la tercera, cuando se tiene un matrimonio mixto compuesto por un creyente y un incrédulo y éste último toma la iniciativa de separarse. Analicemos cada una de ellas:

La muerte

El apóstol Pablo nos presenta esta posibilidad en Romanos 7:2 cuando dice: «Porque la mujer casada está ligada por la ley al marido mientras vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido». Esto queda perfectamente claro, Pablo está diciendo que la mujer casada está «ligada», sujeta o atada por la ley a su esposo mientras éste permanece vivo (y viceversa). La idea de estar atados es interesante, porque ni el esposo ni la esposa pueden o deben desatar ese nudo mientras estén vivos, solamente la muerte podría romper con el lazo del matrimonio. La condición que expresa dicha posibilidad es «pero si el marido muere», entonces y solo entonces «ella queda libre de la ley del esposo». Es decir, «si ocurriera la muerte del esposo» ella queda libre, de tal manera que la ley que la obligaba a estar unida o atada es ahora anulada. Por esa razón, yo creo que aunque la frase «hasta que la muerte nos separe» no sea bíblica, es perfectamente válida para los votos matrimoniales.

Sin una mujer o un hombre enviudan, pueden perfectamente volverse a casar. Por supuesto, que nadie está pensando en volverse a casar cuando se pierde al cónyuge. Seguramente la pérdida del esposo o la esposa debe ser lo más doloroso del mundo, cuando se ama de verdad. Nadie quiere pensar en esa posibilidad, pero cualquiera puede enfrentar dicha situación en un momento dado. El mismo apóstol Pablo indica en 1 Timoteo 5:14 lo siguiente: «Quiero, pues, que las viudas jóvenes se casen, críen hijos, gobiernen su casa; que no den al adversario ninguna ocasión de maledicencia». Como podemos observar, el deseo del apóstol era que las viudas jóvenes volvieran a formar un nuevo hogar y procrearan hijos con el nuevo esposo. Por un lado, porque todavía están en edad productiva en todo el sentido de la palabra. Por otro lado, para no ser presa del enemigo y no caer en tentaciones de carácter sexual. Finalmente, para no ser una carga a la iglesia, ya que Pablo establece el apoyo económico para las viudas mayores de 60 años.

La muerte entonces invalida la ley del matrimonio y permite que la viuda o el viudo se puedan casar nuevamente.

La infidelidad sexual

En varias oportunidades los fariseos trataron de que Jesús cayera en sus trampas. Una de esas oportunidades es la que se relata en Mateo 19:3-12. Los fariseos entonces preguntan ¿por qué Moisés autorizó el divorcio? El Señor responde «por la dureza de vuestros corazones». El plan original de Dios no era el divorcio, pero por la dureza del corazón del hombre, por su naturaleza pecaminosa, se hizo inevitable el divorcio, pero la intención de Dios es que el matrimonio permanezca unido hasta la muerte. Al Señor definitivamente le desagrada el divorcio. Según el versículo 9, la única razón por la que él tolera el divorcio es por fornicación. Es decir, por infidelidad o inmoralidad sexual, que es el sentido de la palabra griega que usa Jesús. Lo que el Señor le estaba aclarando a los judíos era que no podían divorciarse de sus mujeres por razones ridículas, Jesús afirmó que la única razón válida para el divorcio entre «cristianos» era la infidelidad sexual. Aunque en realidad, no existe una verdadera base para el divorcio entre los auténticos cristianos, pues aquel que es un imitador de Cristo, no cometerá adulterio, ni obrará contrario a la voluntad de Dios.

Sin embargo, recordemos que en el caso de que uno de los cónyuges cometa un pecado de inmoralidad sexual, pero está realmente arrepentido y desea cambiar para recuperar su matrimonio porque entiende que pecó, el cónyuge ofendido o inocente debe perdonarlo, pues la Biblia nos enseña de pasta a pasta que debemos perdonar. Para el cristiano el perdón no es una opción, es una obligación. Ahora bien, cuando el cónyuge infiel ha determinado llevar un estilo de vida inmoral, sin arrepentimiento y sin importarle su matrimonio, existe la posibilidad del divorcio y del nuevo matrimonio para la parte afectada. Pero Jesús enseña aquí que una persona no puede casarse de nuevo con alguien más si se ha divorciado por cualquier razón que no sea la infidelidad sexual. Obviamente, nosotros no vemos a los recasados o las que han contraído segundas nupcias como pecadores que no tiene perdón, (cada caso es único y diferente). Predicamos el evangelio de la gracia y creemos que el divorcio no es el pecado imperdonable, pero desde luego enseñamos que el divorcio no es la voluntad de Dios.

El pacto matrimonial es un compromiso muy serio por eso es necesario pensarlo bien antes de llevarlo a cabo. Este mensaje se encuentra contenido en las palabras de Jesús en Mateo 19:10-12. En ningún momento Jesús está devaluando el matrimonio o diciendo que se puede disolver fácilmente. Por el contrario, él le da un valor que rebasaba la cultura de su tiempo y la nuestra hoy.

Es interesante, que la conclusión de los mismos discípulos al escuchar que el divorcio es tolerado como el menor de los males por infidelidad sexual, fue: -Si es así el asunto, no conviene casarse-. Esto nos indica que seguramente algunos de los discípulos eran parte del grupo que creía que el divorcio era permitido por cualquier motivo y que en ese caso mejor se quedaban solteros. Ciertamente la soltería es una opción, pero se puede servir a Dios siendo soltero (Pablo) y se puede servir a Dios siendo casado (Pedro).

Cuando un cónyuge incrédulo se separa

En 1 Corintios 7 Pablo habla sobre varios asuntos relacionados al matrimonio, entre ellos menciona a los matrimonios mixtos o compuestos por un creyente y un incrédulo. Por supuesto, la Biblia nos recomienda no unirnos en yugo desigual. Esto implica la no unión matrimonial de un creyente con un incrédulo. También se puede aplicar a no formar una sociedad comercial con un incrédulo. Sin embargo, en el caso de que dos personas se casaron siendo no creyentes ambos y luego uno de ellos rinde su vida a Cristo, se transforma en un matrimonio mixto.

Cuando se da esta situación y el cónyuge incrédulo se siente molesto por la nueva fe de su pareja, optando por acabar la relación y/o abandonar el hogar; el cónyuge creyente que fue abandonado deja de estar atado al vínculo del matrimonio. Pablo lo expresa en estas palabras: «Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios»(1 Corintios 7:15).

Ahora bien, es necesario hacer varias aclaraciones al respecto. Primero, quien debe tomar la iniciativa para separarse, debe ser el no creyente. El hecho de estar casados con un no creyente no nos da licencia para divorciarnos, al contrario, Pablo nos indica que debemos ganarlo para Cristo (1 Corintios 7:13,14). Pedro, también indica los mismo (1 Pedro 3:1). De modo que es el no creyente, quien se llega a sentir incómodo porque ahora la esposa o el esposo no le acompaña a fiestas, no participa en bebidas alcohólicas o en el estilo de vida pecaminoso que él o ella lleva. Por esa razón y no teniendo interés en rendirse a Cristo, prefiere abandonar el hogar o pedirle la separación al cónyuge creyente, ya que para ambos la situación es insoportable.

Segundo, el cónyuge cristiano no debe separarse de su pareja no cristiana para proceder a casarse con un cristiano. Eso era lo que deseaban hacer algunos hermanos en Corinto. Por eso Pablo aclara: «Pero a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer» (1 Corintios 7:10,11). Además, el mero hecho de que el cónyuge no creyente abandone el hogar o pida la separación, no le da luz verde al cristiano para volverse a casar. Yo entiendo que si el incrédulo que se separó no ha muerto o no se ha vuelto a unir con alguien más, no se puede casar el cónyuge creyente. Ahora bien, si el cónyuge no creyente que desertó o abandonó el hogar, se casa o junta con alguien, el cristiano abandonado esta libre para volverse a casar.

Básicamente estas son las tres situaciones bíblicas por las que un cristiano puede disolver un matrimonio: la muerte, la infidelidad sexual y el abandono del cónyuge no creyente. Es interesante apreciar que la Biblia no nos indica que podamos divorciarnos por violencia doméstica, porque se supone que un verdadero creyente no lastima físicamente a su pareja ya que son una misma carne o un solo ser (Efesios 5:28,29). Según Pablo, nadie en su sano juicio se golpearía a sí mismo. Por lo tanto, como somos una sola carne con nuestra pareja, no debemos golpearla. Pedro también indica que los esposos deben tratar a sus esposas «como a vaso más frágil» (1 Pedro 3:7). Es decir, con delicadeza, cuidado o ternura. Lamentablemente, la realidad no siempre es así. Hay «cristianos» que están abusando físicamente de sus cónyuges y están obrando fuera de la voluntad de Dios. En ese caso, tanto la víctima como el victimario deben buscar ayuda espiritual y profesional para salir de la crisis.

Los cristianos casados por segunda vez por alguna de las tres causas bíblicas, tienen el derecho a todos los privilegios de los miembros plenos en una iglesia local. De igual manera la persona que fue divorciada o casada por segunda vez no siendo creyente, debe ser recibido en plena comunión en la iglesia ahora que es creyente. La gracia de Dios y la obra de Cristo limpian de todo pecado, pues ahora es una nueva criatura. Dios perdona un divorcio y subsiguiente matrimonio anterior a la salvación.

Por supuesto, las personas que siendo creyentes se han divorciado por razones no bíblicas y se han vuelto a casar, han cometido adulterio (Mateo 5:32 y Mateo 19:9). Sin embargo, debo aclarar que una cosa es «cometer adulterio» y otra distinta sería «vivir en adulterio». Estas última frase se ha usado como una doctrina que enseña que cualquier re-casado por razones no bíblicas, comete adulterio cada vez que tiene relaciones sexuales con su pareja o vive en cometiendo continuamente por el resto de su vida el pecado de adulterio. En otras palabras, están condenando al infierno a los que se divorcian y vuelven a casar, pues los adúlteros no entrarán al reino de los cielos (1 Corintios 6:9,10). Jesús no habla de vivir en adulterio, sino de cometer adulterio. Eso significa, que si la persona divorciada y vuelto a casar sin base bíblica, se arrepiente y busca orientación para evitar repetir sus errores y actitudes equivocadas, Dios la perdona y puede ser restaurada por la iglesia. Recordemos una vez más que el divorcio no es el pecado imperdonable. Ya dijimos repetidas veces que Dios no aprueba el divorcio o las circunstancias de un nuevo matrimonio, que no sea por las tres razones ya mencionadas. No obstante, tampoco rechaza un corazón contrito y humillado. Su gracia es mayor que cualquier error y pecado por doloroso que sea. Habrá que afrontar las consecuencias de dicho pecado, pero se puede recibir el perdón divino, aún cuando los demás señalen con el dedo.

Muchos cristianos legalistas quisieran apedrear a los casados por segunda o tercera vez, o excomulgarlos del seno de la iglesia. Jesús diría: «El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra...» (Juan 8:7).

Yo estoy seguro que todos los pastores quisiéramos que cada matrimonio de las iglesias locales permaneciera unido hasta que la muerte les separara. Personalmente desapruebo el divorcio. Estoy conciente que todos los matrimonios enfrentamos situaciones difíciles y problemas serios, pero con la gracia de Dios podemos tener hogares felices. Me duele el alma al ver tantos hogares destrozados. Vengo de uno de ellos. Mis padres se separaron cuando yo tenía 5 ó 6 años. Fui criado por mi madre y mis abuelos maternos. Conozco las consecuencias de una separación y sé que solo la mano del Médico Divino puede curar las hondas cicatrices de la desintegración familiar. Amo a mi esposa con todo el corazón y estoy seguro que ella también me ama. Espero vivir a su lado hasta el final de nuestros días. Mi constante oración a Dios es que nos dé larga vida para disfrutarla juntos, orientar a nuestros hijos dentro de la voluntad de Dios y que ellos también formen hogares sólidos que agraden a Dios, para que a su vez conduzcan a sus hijos en el temor del Señor. Si cada uno de nosotros hacemos eso, estaremos formando nuevas generaciones de matrimonios y familias que honren a Dios. No acabaremos con el divorcio en el mundo, pero sí en nuestro mundo. Así sea.

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