El error de ceder después de haber negado un permiso

Serie: Errores que debemos evitar los padres

Familia

Papi, me das permiso para salir con mis amigos el sábado por la noche, pregunta la jovencita el día miércoles. No, porque es peligroso que salgas muy noche a la calle, responde el papá o la mamá. El viernes, la chica le da un abrazo y un beso al padre y le dice: Por favor papito, déjame salir con mis amigos. Finalmente, el papá accede y le autoriza la salida. ¿Le suena esta historia familiar? Quizá sí, porque puede darse en su propia familia. Es que otro error común que cometemos los padres de familia es ceder después de haber negado un permiso. A veces porque caemos en la trampa del chantaje o la manipulación, que nos tienden nuestro hijos. Otras veces por debilidad de carácter o falta de firmeza. En otras ocasiones, caemos en el juego de la negociación con nuestros hijos. Después de haber jurado que no cederíamos, terminamos accediendo. El apóstol Santiago nos recomienda: «Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramento; sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación». Eso se nos encarga en Santiago 5:12. Los padres de familia debemos demostrar seguridad. Si decimos «si», pues es claro que estamos aprobando algo, pero si decimos «no» porque creemos que algo no les conviene o les afectará negativamente a nuestros hijos, debemos mantenernos firmes en ese «no».

Le doy un consejo práctico: Sea siempre claro, sea siempre específica con sus hijos y ejecute las decisiones que tome para que sus hijos crezcan sanamente en todas las áreas de sus vidas. Si usted no es firme en sus decisiones, pederá credibilidad y autoridad sobre sus hijos. Ellos sabrán que usted es flojo o floja y se aprovecharán de su debilidad para hacer lo que les venga en gana. Un padre o una madre que pierden el terreno de la confianza y la seguridad, pierden también la oportunidad de conducir a sus hijos por el buen camino de un desarrollo sano. No pierda el rumbo. No pierda el control. El timón de la vida familiar debe estar en sus manos. Usted debe conducir a sus hijos por el camino correcto, porque después de Dios, su familia es prioridad.

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